jueves, 12 de noviembre de 2009

Hospitales

Esta mañana he tenido que ir al hospital para visitar a un amigo de la familia, muy querido por mí, que está ingresado desde hace unas semanas y que aún le queda otro tanto que aguantar, pero que por suerte se encuentra en un buen estado de salud.

Al entrar, he aterrizado de nuevo en el mundo hospitalario. He de decir que no soy una visitadora frecuente de estos lugares, y que la última vez que paseé por esos pasillos fue el pasado febrero. Aunque en mi etapa de futbolista me pasé muchas horas esperando que alguien reconociera mi dolorido tobillo - esguince, segundo grado, hielo y reposo quince días -, mi recuerdo distaba mucho del ambiente que me he encontrado hoy, y que ya saboree en febrero, pero en menor escala.

Qué poco me gustan los hospitales. La atmósfera es horrorosa. Los pasillos llenos de gente, familiares de los enfermos, normalmente con la cara y la moral por los suelos. Las batas blancas y uniformes verdes circulan con total libertad, prácticamente ajenos a esas tragedias que les rodean a diario. El ambiente es gris, el silencio roto por murmullos preocupados y preocupantes. Se podría decir que se palpa la muerte. Por no ser tan drásticos, digamos que se palpa el drama.

Es difícil encontrar a alguien sonriendo. Sales del hospital y por lo menos ese día, no eres la misma persona que antes de poner un pie en ese santuario de la medicina, la infección, las bacterias, los enfermos, las enfermedades y la muerte.

Cuando estaba allí, he dado gracias de haber sido siempre una persona 'de letras', poco habilidosa con las matemáticas y las tres ciencias. De la que me he librado. Yo creo que como los toreros, la gente que trabaja en los hospitales, está hecha de una pasta especial. Los que no tengan esta pasta especial de serie, se 'convertirán' al poco tiempo de entrar a trabajar en un uno de estos edificios. Metamorfosis sanitaria.

Lo más gracioso del asunto, es que alguna vez he tenido la tentación de meterme a matasanos. ¿Cuándo? Pues cuando va a ser, viendo en la tele las trepidantes aventuras del Seattle Grace en la famosa serie americana "Anatomía de Grey". Con médicos tales como el Doctor Macizo y los líos amorosos del lugar, como para no querer encontrar mi vocación perdida hacia el bisturí. Eso sí, era acabar el capítulo correspondiente, y cuarenta minutos más tarde volvía a la realidad periodística.

Otra serie de esta índole, made in Spain y por supuesto con un presupuesto, efectos y elenco más a la baja, y que seguí fervientemente durante un tiempo, es "Hospital Central". ¿Dónde están esos médicos tan comprometidos con su profesión, preocupados por la ética y la moral, el buen hacer sanitario y el problema de cada paciente? , me rio yo de todo eso. La comparación con la realidad es hilarante, casi ridícula.

Concluyendo, que no me gustan nada los hospitales, y prácticamente nada que tenga que ver con ellos. Ojalá no tenga que volver por allí en mucho tiempo...

3 comentarios:

  1. A mí la única serie de médicos que me gusta es House. Me gusta la medicina, pero como afición. No tengo esa "pasta" para ser doctora, creo que la culpa de que se te muera alguien, de cometer un error, la presión, la sangre...no. Y yo también odio los hospitales. Aunque son necesarios.

    ResponderEliminar
  2. odio odio odio odio los hospitales...me ponen muy muy nerviosa... enserio... buff.. y la verdad sk voy poco... pero cuando voy, lo hago a lo grande...vaya tela...jajaja

    ResponderEliminar
  3. Me ha gustado tu texto. Describes bien la sensación, sensibilidad y estado de ánimo con el que salimos de ellos, aunque es posible que no nos venga mal acercarnos alguna vez para valorar lo que tenemos cuando "estamos bien".. Felicidades.

    ResponderEliminar